diciembre 13, 2010

El rostro de Dios que nos revela navidad

Dios ha entrado en este mundo de incógnito, ilegalmente, de contrabando.
Cada uno tiene su idea de Dios, cada uno sabe quién es Dios, qué es lo que tiene que ser. Y todos estamos preparados, si se presenta, a pedirle su tarjeta de identidad, a comprobar sus títulos de propiedad. Los teólogos son especialistas de estas comprobaciones aduaneras.
Por eso Dios no ha podido pasar nuestras fronteras más que disfrazado. Nunca lo hubieran admitido los encargados oficiales, si hubiera declarado su identidad. Nunca hubieran podido aceptar que Dios se presente con tan modestas apariencias, ignorando hasta tal punto sus privilegios y atributos, sin respetar las exigencias sociales y sin observar los reglamentos, las precedencias y los ritos de la religión que se había edificado en su honor.
Para un Dios de ese estilo no habría lugar ni en la iglesia, ni en la posada.
Dios en nuestro mundo sólo puede circular en la clandestinidad. Tiene que huir de los sacerdotes, de los templos, de las ceremonias, de los sabios. Tiene miedo de que le dejen en ridículo las recepciones oficiales. Sabe que, apenas se deje arrastrar por las representaciones tradicionales, ya no le interesará a nadie.
Dios se va a las guerrillas para unirse con sus verdaderos fieles. Entre ellos se reconocen por ciertas consignas, por ciertos signos secretos, por ciertos recursos insólitos. Hay que ser sencillo y vivo para acogerle y adivinar que sólo Dios puede sorprendernos hasta ese punto.
Desde luego, los sabios ya tienen esta noción en sus categorías, cuando afirman con toda solemnidad que Dios es el "totalmente otro". Pero llamarlo así carece de sentido, ya que si Dios es totalmente otro, totalmente distinto de nosotros, ya no nos interesa, ya no nos concierne: no podemos tener ninguna relación con Él, ni Él con nosotros. Pero el Dios en quien creemos es el que hizo al hombre a su imagen y semejanza, el que se hizo hombre y el que habla desde hace siglos un lenguaje de hombre para comunicarse con nosotros.
Pero esta expresión que ellos utilizan para alejar más todavía a Dios de nosotros, es posible conservarla y servirse de ella para admirarse de cómo se ha acercado tanto Dios a nosotros: Dios es "totalmente distinto" de como nos lo imaginamos, Dios es todo lo contrario al poder, a la majestad, a la autoridad, a la riqueza, a la fuerza que le hemos atribuido, escuchando más nuestros propios deseos que su revelación. Pero Dios es "totalmente semejante" a los sencillos, a los pobres, a los que se sienten hermanos, a los misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia.
Dios se ha dado cuenta de que los hombres religiosos se engañaban tanto en lo que decían de Él, que tuvo que venir personalmente a revelarnos cómo estaba más cerca de los hombres, más cerca de la vida de lo que jamás se había creído.
Lo que hay de divino en Dios, no es que sea distinto de nosotros, sino que es mucho más humano que nosotros.
Lo que hay de divino en Jesucristo, no es que no sea un hombre como nosotros, sino que sea tan hombre, el hombre más hombre, el único verdaderamente hombre, verdaderamente libre, amante, fiel, disponible.
Para demostrar cómo nos supera, no hay que cubrirlo de dones mágicos, de ciencias infusas o de facultades sobrenaturales. Basta con decir cómo amaba, cómo respetaba y curaba a los hombres, cómo sabía perdonar.
Durante mucho tiempo hemos creído que la dignidad de Dios exigía innumerables atributos y poderes aplastantes; pero Él nos ha revelado, en navidad, que ser Dios es sencillamente ser mucho más amante y mucho más humano que nosotros.
Solamente puede salvar ese Dios pobre, ese Dios humano.
Porque el hombre, en su miseria, siente siempre la tentación de inventarse un Dios, que sea la compensación de sus insuficiencias y la realización de sus deseos. Como el hombre es pobre, se imagina un Dios rico; quiere que sea rico. Como el hombre es débil, es menester que Dios sea poderoso; como el hombre sufre, es menester que Dios sea invulnerable, impasible, insensible, inalterable. Como el hombre es dependiente y está ligado a los demás, le gusta imaginarse un Dios solitario, autónomo, suficiente e independiente.
Pero entonces el hombre queda sujeto para siempre a la esclavitud de sus más tristes ambiciones, de sus más bajos apetitos: para convertirse en Dios, creerá que tiene que hacerse rico, fuerte, poderoso, temible, dueño, autónomo, invulnerable...
Navidad libera al hombre, salva al hombre gracias a la revelación de un Dios humilde, manso, pobre y misericordioso. El evangelio, la buena nueva que anuncia navidad, consiste en que para hacerse, para asemejarse a Dios, no tenéis que haceros ricos, fuertes, solitarios, elegantes o majestuosos. Os basta con amar un poco más, con servir un poco más, con acercaros a los pobres, con luchar un poco más por la justicia.
Podéis convertiros en Dios enseguida, en vuestra misma situación, en vuestro nivel social o cultural, sin aguardar visiones o milagros, sino haciéndoos los últimos de todos y los servidores de todos.
Por favor, no os imaginéis que en navidad se trata solamente de que Dios rico disimula su riqueza para parecer pobre, de que Dios fuerte disimula su fuerza para parecer débil. Creed en la lealtad de la encarnación. Cuando se hizo hombre, el Verbo no se refugió en unas cualidades que no tenía para aparecer más seductor. Tanto en las pajas del pesebre como en el madero de la cruz, Él es la revelación de lo más profundo y verdadero que hay en Dios. "El que me ve, ve al Padre". Toda su condición humana manifiesta una realidad divina. Cuando dice que es amor, y cuando se muestra vulnerable, no es su naturaleza humana la que se revela, sino también algo de su naturaleza divina.
La famosa trascendencia divina reside quizás en esto: Cristo ha trascendido todas esas miserables trascendencias que nosotros ambicionamos (Cardonnel); no ha querido mostrarse Dios más que a través de una trascendencia de amor.
Todo esto nos choca. Todo esto nos sorprende.
Pero navidad fue shock y sorpresa. Después de dos mil años de religión, de preparación, de fiestas, de predicaciones y de teología, Dios es tratado y considerado como un intruso, dentro de su propia iglesia.
También hoy nosotros descansamos en dos mil años de tradición, de práctica y de enseñanza religiosa; pero la única señal de que hemos encontrado al verdadero Dios, es que experimentemos ese shock de sorpresa y de extrañeza ante Él.
Dios es pobre. Pobre de todas esas cosas que ambicionamos, que buscamos, que pretendemos.
No digáis que Dios se oculta o que está ausente del mundo. Dios está extraordinariamente presente y visible. Tan presente y tan visible -o tan poco presente y tan poco visible- como lo están, en nuestra vida, los pobres.
Si queremos encontrarnos con el verdadero Dios que viene a nosotros, hemos de ir a encontrarnos con los pobres.
Y cuando vayamos a arrodillarnos ante la infinita majestad de nuestro Dios, nos encontraremos de rodillas ante la inmensidad de la miseria humana.
Los hombres son tristes, malvados y débiles. Sin embargo, basta con que un amor nazca y los reúna para que Dios se haga presente entre ellos. Esa es la navidad que hemos de hacer. Esa es la navidad verdadera en que hemos de creer. Somos responsables de que hoy se haga esa navidad en todas partes.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.