junio 21, 2010

Las iglesias protestantes argentinas y el proyecto de matrimonio homosexual: una propuesta de reconciliación

En las últimas semanas, las iglesias protestantes argentinas se vieron divididas por su posición frente a un proyecto de ley que busca permitir contraer matrimonio a las parejas homosexuales que así lo deseen, del mismo modo que las parejas heterosexuales pueden hacerlo.
Para quien no lo sepa, en el país existen tres organizaciones que nuclean a estas iglesias: FACIERA, FECEP y FAIE. Sólo a modo de referencia (un tanto reduccionista), en la primera se encuentran las iglesias bautistas, de hermanos libres y algunas independientes; en la segunda se ubican las pentecostales; y en la tercera las históricas, como la metodista, luterana unida, reformada, valdense, menonita, etc.
El conflicto comenzó cuando FACIERA y FECEP en conjunto emitieron un comunicado a los pastores de sus iglesias en donde declaraban: “Ha llegado el momento de decir lo que Dios piensa al respecto”, y llamaban a organizar a sus miembros en una protesta frente al Congreso de la Nación para repudiar este proyecto de ley. A estos pedidos de protesta se le sumaron otros en donde se pedía repetidamente que se vote en contra en determinadas encuestas, se mande mails y cartas a los diputados que votaron a favor del proyecto, se difunda su pensamiento por cuanto medio sea posible, etc. Por supuesto, todo fundamentado en la idea de que Dios condena la unión homosexual, y por tanto el Estado no debe permitir que se formalice.
En respuesta a estas cuestiones, FAIE emitió un comunicado propio en dónde se declaraba: “Respetando profundamente la libertad de conciencia y de expresión, aclaramos que, tanto ACIERA como así también FECEP, hablan por sus propias iglesias federadas, pero no en nombre del "pueblo" evangélico argentino ni de las Iglesias Evangélicas o Protestantes en general”. De este modo, se buscó romper con la idea de que el ser protestante era igual a estar en contra del proyecto de matrimonio homosexual. Seguido a esto, algunas de las iglesias que forman parte de la FAIE se manifestaron directamente apoyando el proyecto y, por ende, condenando las protestas.
Ahora bien, eso es sólo a nivel macro, porque en las bases la cuestión estuvo mucho más caldeada: esta lucha interna llevó a innumerables peleas entre cristianos acerca de cuál era la actitud a tomar. En el abanico de posibilidades se encontraba desde el asistir a esas marchas convocadas por FACIERA y FECEP, condenando rotundamente el tema; hasta el participar de encuentros que buscaban dar apoyo al proyecto desde diversos sectores. En el medio quedó gente que no sabía qué hacer, que se vio ante la disyuntiva de qué es lo que un “cristiano” debía hacer.
La discusión por momentos dejó de ser acerca del proyecto de ley y se convirtió en si en realidad la homosexualidad es pecado o no. Y ahí es donde lecturas literalistas de la Biblia se encontraron que otras más críticas y todo estalló.
Se llegó a argumentar inclusive que había que mantener el debate tras bambalinas, para que “el mundo” no vea una iglesia dividida; o se lo intentó acallar, creyendo que nada bueno podría salir de él. Incluso se llegó a dejar “fuera del pueblo de Dios” al que pensaba diferente.
Y, sin embargo, muchos cristianos siguieron atrapados en medio de la discusión, con declaraciones de parte de sus iglesias que no los representaban, con silencios cómplices que los confundían, con ausencia de debates que aclararan sus dudas, con posturas rígidas que los obligaban a amoldarse o quedar afuera… y allí está el quid de la cuestión.

Se habla de la unidad de las iglesias, confundiendo el término “unidad” con “homogeneidad”: ser uno sería pensar igual, actuar igual, adorar igual, ser igual en todo. De tal modo, se extrae la idea de que para ser cristiano se debe pensar de tal modo, obrar de tal modo, adorar de tal modo, ser de tal modo. A esto se lo llama ortodoxia, del griego opinión recta/correcta, o bien pensamiento único (único legítimo, por cierto).
Ahora bien, frente a este concepto se presenta el de heterodoxia (del griego diferentes opiniones), donde la clave no está en la homogeneidad, sino en la diversidad. Para ser cristino no se debe pensar de tal forma (en todo caso, sólo se debe pensar), no se debe obrar de tal forma (en todo caso, sólo se debe obrar), no se debe adorar de tal forma (en todo caso, sólo se debe adorar), no se debe ser de tal forma (en todo caso, sólo se debe ser). Y así, cualquiera de las variantes en las que se pueda pensar, obrar, adorar o ser, es válida.
Muchas veces se emite la propia opinión olvidando que la función de la levadura es leudar la masa, y no convertir a todo en levadura. Muchas veces se piensa que la función del cristiano es defender la ortodoxia, cuando únicamente está llamado a proclamar al Dios-hecho-carne.

El primer concilio de la Iglesia está narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se celebró en Jerusalén cerca del año 50 d.C. y su propósito fue definir si el ser cristiano incluía necesariamente el ser culturalmente judío. “¿Deben circuncidarse (seguir toda la Ley) los gentiles que quieran seguir el Camino?”, fue la gran pregunta. Y la (gran) respuesta fue: no. El texto relata cómo el Espíritu Santo se manifestó a fin de demostrar que para ser cristiano no es imprescindible pensar/actuar/adorar/ser de una única manera. Los gentiles pueden ser cristianos sin hacerse judíos antes. Y así ganó la heterodoxia.
Sin embargo, luego vinieron otros concilios en los que, al revés que en el primero, se fue delimitando más el ser cristiano: cómo entender la naturaleza de Cristo (Nicea, 325 d.C.); cómo entender la Trinidad (Constantinopla, 381 d.C.); qué libros componen en Nuevo Testamento (Cártago, 397 d.C.); cómo se debe entender a María (Éfeso, 431 d.C. y Calcedonia, 451 d.C.), etc. Y así comenzó a ganar la ortodoxia: para ser cristiano, necesariamente había que pasar primero por ahí. Por supuesto, con el tiempo esta misma ortodoxia comenzó a generar divisiones, pero no entendidas positivamente como diversidad, sino negativamente, como múltiples ortodoxias, todas correctas (legítimas) para sí mismas y a la vez incorrectas (ilegítimas) para las demás.

Ahora bien, para los que sólo les importa lo que la Biblia dice (ésa delimitada en Cártago en 397 d.C.), y deciden dejar de lado lo que la historia muestra ya ha sido dado el ejemplo de la heterodoxia en el libro de los Hechos. Para ver un ejemplo de ortodoxia se puede hacer una lectura crítica del libro de Esdras, en donde se relata la reconstrucción del Templo de Jerusalén luego de ser destruido por los babilonios. Allí se narra cómo “los habitantes de la tierra” (es decir, lo judíos que no fueron llevados al cautiverio mezclados con otros pueblos) quisieron participar de esa empresa pero les fue prohibido por no ser de determinada manera (un motivo racial). Así, una vez reinstaurada la religiosidad centrada en el Templo, se produjo la expulsión del pueblo de todos los extranjeros, incluidas las mujeres de otras naciones con las que los judíos se habían unido y a sus hijos. Miles de mujeres y niños expulsados de la ciudad por un motivo racial, porque ser judío implicaba ser una de determinada manera, y no de otra.

Por lo expuesto, personalmente considero que el mejor camino para resolver los conflictos es la heterodoxia, porque allí se entiende que el ser diferente no necesariamente es ser antagónico. Se suma en vez de dividir. Sólo en la diversidad se da el enriquecimiento. No nos olvidemos de que el llamar a Dios “Padre/Madre” implica llamar a mi prójimo “hermano”.

junio 03, 2010

No quedará piedra sobre piedra

“Como parte de su enseñanza, Jesús decía:
-Tengan cuidado de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y que los saluden en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes. Se apoderan de los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo.
Jesús se sentó frente al lugar donde depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
-Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Éstos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.
Cuando Jesús salía del templo, le dijo uno de sus discípulos:
-¡Mira, Maestro! ¡Qué piedras! ¡Qué edificios!
-¿Ves todos estos grandiosos edificios? –contestó Jesús-. No quedará piedra sobre piedra; todo será derribado”
(Marcos 12:38-13:2).

Resulta interesante la concatenación de relatos que Marcos realiza en su evangelio: primero, presenta a Jesús criticando la religiosidad de los maestros de la ley, que por un lado oprimen a las viudas y por el otro se esmeran en recibir honores por su buena reputación; segundo, describe cómo una viuda pone todo lo que tiene en el tesoro del templo, mientras que los demás lo hacen de lo que les sobra; finalmente, relata cómo Jesús, ante la admiración de uno de sus discípulos, anuncia la destrucción del templo/Jerusalén. A primera vista, estos relatos parecen aislados entre sí, carentes de un elemento conductor que los una, más que la presunta cronología. Ahora bien, si se presta más atención, se puede vislumbrar que en todos se muestra a Jesús condenando la religiosidad del momento: ¿por qué los maestros de la ley son honrados por su reputación mientras oprimen a las viudas y “ponen sobre los demás cargas que no están dispuestos a llevar ellos mismos” (Mateo 23:4)? ¿por qué el templo en vez de proteger a las viudas, los huérfanos, los indigentes, los jornaleros, los extranjeros (como la Torah manda), se encarga de expropiarles todo su sustento? ¿por qué se maravillan los hombres ante la religiosidad estructurada/establecida hasta el punto de no ser capaces de percibir en ella su falta de gracia y justicia (equidad)?

Tal como Jesús anunció, unos cuarenta años luego de su muerte tanto Jerusalén como el templo fueron destruidos por los romanos. Pero, ¿qué tal si Jesús no estuviera hablando estrictamente del edificio concreto, sino del sistema religioso (de opresión) que representaba? ¿Qué si habló de la destrucción del templo como un símbolo, y no como una realidad concreta? Hoy en día, la religiosidad presente en el templo de Jerusalén en el siglo primero sigue vigente en muchas iglesias en el mundo. En nombre de Dios se sigue oprimiendo, o al menos ignorando a los oprimidos. ¿Y si Jesús se refería a esa destrucción? No en términos violentos, por supuesto, sino simbólicos. ¿Si la religiosidad de la injusticia, desigualdad y opresión diera paso a una de gracia, esperanza, justicia y verdad? ¿Si cayeran el egoísmo, el afán por el dinero, el orgullo y la inmisericordia para dar lugar al amor? ¿Si el reino de Dios presente en la Iglesia dejara actuar en él y derramara hacia el mundo su gracia? Personalmente, sueño que así sea.