septiembre 27, 2008

"Interrogando al legalista que llevamos dentro", por C. J. Mahaney

Detente un momento y recuerda.

Recuerda dónde estabas y cómo se sentía… ese momento en que entendiste la cruz por primera vez… cuando realmente comprendiste qué pasó en el Calvario, y qué significa verdaderamente que Cristo murió por tus pecados, qué significa verdaderamente ser salvo.

¿Recuerdas la pasión que tenías por Jesús? ¿Recuerdas el gozo y la desbordante gratitud a Dios que trajo el saber que tus pecados fueron perdonados?

Ahora piensa en tu vida cristiana de hoy. ¿Has avanzado hacia otras cosas? Quizás estás enfocado principalmente en combatir la lujuria, o en alcanzar relaciones puras con el sexo opuesto, o en batallar contra el orgullo, o en cultivar la paciencia.

Si es así, es probable que ahora la vida sea un poco diferente para ti. Quizás a menudo te falta el gozo, o te preguntas por qué no puedes progresar más en la madurez espiritual, o te sientes condenado cuando pecas. Así que estudias más la Biblia, o asistes a otra reunión de un grupo pequeño, o comienzas a servir en otras áreas en la iglesia, o lees el último libro.

Todas estas prácticas son buenas. Algunas son vitales. Pero déjame sugerir la causa probable de tus problemas: quizás simplemente te has alejado del mensaje que te salvó. Si careces de pasión por Dios, si te preguntas a veces a dónde se fue tu gozo, entonces considera: ¿sigues aferrado al evangelio? Así sea que hayas crecido en la iglesia o que te hayas salvado en las calles, fuiste salvado por el mismo mensaje sencillo: Cristo murió por tus pecados.

La manera en la que comenzamos este camino de fe debería ser la manera en la que lo continuamos. Empezamos con el evangelio. Deberíamos continuar con la misma fe sencilla en el mismo evangelio profundo. Nuestra tendencia a alejarnos del mensaje con el que comenzamos no es nueva. El apóstol Pablo se refirió a esta tendencia cuando escribió:

“¡Gálatas torpes! ¿Quién los ha hechizado a ustedes, ante quienes Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente? Sólo quiero que me respondan a esto: ¿Recibieron el Espíritu por las obras que demanda la ley, o por la fe con que aceptaron el mensaje? ¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (Gálatas 3:1-3).

Pablo le recuerda a la iglesia el mensaje con el que la iglesia comenzó: “Jesucristo … crucificado”. La cruz es donde deberíamos estar plantados. La cruz nos recuerda que nuestros mejores esfuerzos nunca podrían alcanzar el perdón de Dios. Y la cruz nos recuerda que la obra de Cristo en nuestro lugar está por siempre acabada, así que nuestros mejores esfuerzos jamás podrán sumarse a Su obra.

¡Cuán rápido nos alejamos de este mensaje esencial! Comenzamos a basar nuestra relación con Dios en nuestro desempeño. Queremos sustituir nuestras obras –nuestra lectura bíblica, nuestra asistencia a la iglesia, nuestra participación en la iglesia- por la obra acabada de Cristo. Fácilmente caemos en la sutil pero seria trampa del legalismo, porque cada uno de nosotros tiene un legalista escondido dentro.

Si este término no te resulta familiar, así es como me gusta definir al legalismo: Legalismo es intentar alcanzar el perdón de Dios, la justificación ante Dios, y la aceptación de parte de Dios, a través de nuestra obediencia a Dios.

En otras palabras, un legalista es cualquiera que se comporta como si él o ella pudiera ganarse la aprobación y el perdón de Dios a través del desempeño. En esencia, el legalismo es auto-expiación por el propósito de la auto-glorificación y finalmente la auto-adoración. Muchos de nosotros (y aquí me incluyo a mí mismo) podemos acercarnos al legalismo casi sin darnos cuenta. Pero el legalismo es serio y es mortal.

Puedo asegurarte que en las próximos 24 horas tú y yo enfrentaremos a la tentación del legalismo – otra vez seremos desafiados y nos enfrentaremos con el legalista que llevamos dentro. Para combatir esta tendencia pecaminosa en nuestro propio corazón, es de suma importancia que nos mantengamos plantados en lo bueno del evangelio – para continuar en el mensaje con el que empezamos.

Aquí hay tres maneras que puedes intentar conseguir para mantenerte plantado en lo bueno del evangelio diariamente:

Primero, recuerda la cruz. “Ante sus propios ojos Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente”. Pablo les recordó a los gálatas acerca de la cruz, y nos recuerda a nosotros también, porque nuestra tendencia y tentación diaria es olvidar la cruz. Reconoce esta tendencia en ti y recuérdate frecuentemente acerca de la cruz. Lee libros cuyo mensaje esté centrado en la cruz, escucha sermones cuyo mensaje esté centrado en la cruz, y memoriza versículos de las Escrituras referidos a la obra de Cristo en la cruz.

Segundo, haz memoria de tu conversión. “Quiero que me respondan esto: ¿Recibieron el Espíritu por las obras que demanda la ley, o por la fe con que aceptaron el mensaje?”. Con esta pregunta, Pablo nos señala de nuevo el mensaje que nos salvó. Él quiere que comencemos a interrogar al legalista que llevamos dentro, cada vez que el legalismo intenta sublevarse para adulterar o negar el poder único y salvador de la gracia de Dios. Recordar cómo nos convertimos es hacer memoria de la gracia. Como costumbre, aprovecho cada oportunidad para compartir mi testimonio con otros cristianos, y les pido que me compartan el suyo. Encuentro que esta costumbre nos ayuda a maravillarnos juntos de la gracia.

Tercero, examina tu esperanza. “Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?”. Aquí hay otra pregunta reveladora para el legalista dentro tuyo y dentro mío. Así que por favor ten bien en claro esto: nunca vas a estar más justificado -más aceptado por Dios y más justo ante sus ojos- de lo que lo estás ahora o lo que lo estabas en el primer momento en que ejercitaste el regalo de la fe en la persona y obra de Jesucristo. Nuestra esperanza para cada día no se basa en tratar de ganarnos el perdón de Dios, sino en mirar hacia fuera y hacia arriba, confiando en la obra del Hijo de Dios en nuestro lugar, porque nuestra justificación es en Su nombre, permanentemente y para siempre.

Recomiendo estas prácticas porque soy muy conciente de mis tentaciones y tendencias para intentar pasar desapercibido algo de mi carácter en la obra de gracia de Dios. Trato de sumar lo que hago a lo que Cristo ya hizo. Enfrento la tentación constante del legalismo. Pero plantarme cerca de la cruz me ayuda, por la gracia de Dios, a alejarme del legalismo.

Hay esperanza para nosotros en el evangelio. El evangelio nos ayuda a liberarnos del legalismo. El evangelio quita mis ojos de encima mío y los pone en Dios. Así que, en tu pelea contra el legalista que llevas dentro, recuerda la cruz. Haz memoria de tu conversión. Examina tu esperanza.

Sólo en la segura y certera esperanza en el evangelio podemos encontrar nuevamente esa llenura de gozo, pasión y gratitud centrada en Dios. Empezaste con el evangelio, así que quédate con el evangelio.


Copyright © 2007 Sovereign Grace Ministries. All rights reserved. International copyright secured. This article was published on Boundless.org on March 15, 2007.

Tomado y traducido de http://www.boundless.org/2005/articles/a0001465.cfm

septiembre 12, 2008

El excesivo amor de Dios

Dios cometió la locura de amarnos porque sí. Es decir, de amar a todos porque sí. Me refiero al nosotros más inclusive posible, ése de la humanidad. Porque me amó tanto a mí como a aquellos a quienes yo no puedo (o quizás no quiero) amar. Amó por igual a hombres y mujeres, blancos y negros, esclavos y libres, ricos y pobres, judíos y nazis. En un mundo plenamente maniqueísta, donde sólo está permitido amar al bueno, vino Jesús a trastocar todo al desenmascarar la verdad y amar sin distinción: “En realidad, todos son malos -dijo-, todos se olvidaron de cómo ser buenos, sólo que a unos se les nota más o menos que a otros. No los amo por su bondad o su maldad. Los amo simplemente por ser”.
Me pregunto, ¿podremos realmente aceptar que nos ame a todos por igual? ¿Qué nos ame tanto a ti y a mí como a un torturador, un abusador de menores o un genocida? ¿Seremos acaso capaces de perdonarle tanto amor?



¿Podremos "aceptar un corazón [el del Padre] cuya medida consiste en ser sin medida. Cuya razón cosiste en ser sin razón"? (Alessandro Pronzato, Evangelios molestos).

septiembre 01, 2008

El rico tiene necesidad del pobre

Hace unas semanas hablaba con una amiga, Magui Vieyra, y me decía que uno de los problemas que ve en la iglesia cristiana en cuanto a la acción social, es que se la entiende meramente como asistencia al necesitado, como simple provisión de paliativos. "A los pobres, -me decía- se les da pescado, en vez de enseñarles a pescar. Eso no soluciona el problema". Me dejó pensando, como tantas otras veces...

Jesús dijo: "Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Dichosos ustedes que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes que ahora lloran, porque luego habrán de reír (...) Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo! ¡Ay de ustedes los que ahora están saciados, porque sabrán lo que es pasar hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque sabrán lo que es derramar lágrimas!" (Lucas 6:20-21,24-25).

Ayer, leyendo un libro de un gran autor, me encuentro con esto: A veces, "el rico ve al pobre de una manera equivocada. Como instrumento. Instrumento para ganar el paraíso. En tal caso, el rico tiene necesidad del pobre. Para darle limosna. Pero tiene necesidad de que el pobre siga siendo pobre, no piensa en `promocionarlo´. Si no, ¿cómo podría hacer limosna? ¿Cómo podría entonces sentir su conciencia tranquila? ¿Cómo podría entonces él, rico, entrar en el paraíso? (...) Entonces no se sabe ver al hombre como persona. Sino sólo al hombre a nuestro servicio (...) El rico, si quiere salvarse, tiene que reconocer los derechos privilegiados del pobre. Estamos muy lejos del concepto como `medio´ para mi salvación. Del pobre como `escalón´ para subir al paraíso (...) Se trata de considerar al pobre como el único que `tiene derecho´. Respetarlo, no favorecerle. Honrarlo, no ser caritativo con él. Amarlo, no llenarle el estómago. Pedirle con humildad, no darle ocn altivez (...) La salvación del rico consiste fundamentalmente en ser astuto. O sea, en descubrir que las llaves del paraíso están en las manos del pobre. Tiene que pedirle al pobre permiso para entrar" (Alessandro Pronzato, Evangelios molestos).

Incluía también esta cita: "Nadie se ensoberbezca por dar al pobre. Que no diga en su corazón: yo doy y él recibe; yo lo acojo, porque él no tiene ni siquiera un techo. Quizás a ti te falte más. Quizás aquel a quien acojes es un hombre justo: él tiene necesidad de techo, tú del cielo; él no tiene dinero, pero a ti te falta la justicia" (Agustín de Hipona).

¿Será acaso que mi amiga tiene razón?


"Unos dan a manos llenas, y reciben más de lo que dan; otros ni sus deudas pagan, y acaban en la miseria" (Proverbios 11:24).

"Hay quien pretende ser rico, y no tiene nada; hay quien parece ser pobre, y todo lo tiene" (Proverbios 13:7).