diciembre 13, 2010

El rostro de Dios que nos revela navidad

Dios ha entrado en este mundo de incógnito, ilegalmente, de contrabando.
Cada uno tiene su idea de Dios, cada uno sabe quién es Dios, qué es lo que tiene que ser. Y todos estamos preparados, si se presenta, a pedirle su tarjeta de identidad, a comprobar sus títulos de propiedad. Los teólogos son especialistas de estas comprobaciones aduaneras.
Por eso Dios no ha podido pasar nuestras fronteras más que disfrazado. Nunca lo hubieran admitido los encargados oficiales, si hubiera declarado su identidad. Nunca hubieran podido aceptar que Dios se presente con tan modestas apariencias, ignorando hasta tal punto sus privilegios y atributos, sin respetar las exigencias sociales y sin observar los reglamentos, las precedencias y los ritos de la religión que se había edificado en su honor.
Para un Dios de ese estilo no habría lugar ni en la iglesia, ni en la posada.
Dios en nuestro mundo sólo puede circular en la clandestinidad. Tiene que huir de los sacerdotes, de los templos, de las ceremonias, de los sabios. Tiene miedo de que le dejen en ridículo las recepciones oficiales. Sabe que, apenas se deje arrastrar por las representaciones tradicionales, ya no le interesará a nadie.
Dios se va a las guerrillas para unirse con sus verdaderos fieles. Entre ellos se reconocen por ciertas consignas, por ciertos signos secretos, por ciertos recursos insólitos. Hay que ser sencillo y vivo para acogerle y adivinar que sólo Dios puede sorprendernos hasta ese punto.
Desde luego, los sabios ya tienen esta noción en sus categorías, cuando afirman con toda solemnidad que Dios es el "totalmente otro". Pero llamarlo así carece de sentido, ya que si Dios es totalmente otro, totalmente distinto de nosotros, ya no nos interesa, ya no nos concierne: no podemos tener ninguna relación con Él, ni Él con nosotros. Pero el Dios en quien creemos es el que hizo al hombre a su imagen y semejanza, el que se hizo hombre y el que habla desde hace siglos un lenguaje de hombre para comunicarse con nosotros.
Pero esta expresión que ellos utilizan para alejar más todavía a Dios de nosotros, es posible conservarla y servirse de ella para admirarse de cómo se ha acercado tanto Dios a nosotros: Dios es "totalmente distinto" de como nos lo imaginamos, Dios es todo lo contrario al poder, a la majestad, a la autoridad, a la riqueza, a la fuerza que le hemos atribuido, escuchando más nuestros propios deseos que su revelación. Pero Dios es "totalmente semejante" a los sencillos, a los pobres, a los que se sienten hermanos, a los misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia.
Dios se ha dado cuenta de que los hombres religiosos se engañaban tanto en lo que decían de Él, que tuvo que venir personalmente a revelarnos cómo estaba más cerca de los hombres, más cerca de la vida de lo que jamás se había creído.
Lo que hay de divino en Dios, no es que sea distinto de nosotros, sino que es mucho más humano que nosotros.
Lo que hay de divino en Jesucristo, no es que no sea un hombre como nosotros, sino que sea tan hombre, el hombre más hombre, el único verdaderamente hombre, verdaderamente libre, amante, fiel, disponible.
Para demostrar cómo nos supera, no hay que cubrirlo de dones mágicos, de ciencias infusas o de facultades sobrenaturales. Basta con decir cómo amaba, cómo respetaba y curaba a los hombres, cómo sabía perdonar.
Durante mucho tiempo hemos creído que la dignidad de Dios exigía innumerables atributos y poderes aplastantes; pero Él nos ha revelado, en navidad, que ser Dios es sencillamente ser mucho más amante y mucho más humano que nosotros.
Solamente puede salvar ese Dios pobre, ese Dios humano.
Porque el hombre, en su miseria, siente siempre la tentación de inventarse un Dios, que sea la compensación de sus insuficiencias y la realización de sus deseos. Como el hombre es pobre, se imagina un Dios rico; quiere que sea rico. Como el hombre es débil, es menester que Dios sea poderoso; como el hombre sufre, es menester que Dios sea invulnerable, impasible, insensible, inalterable. Como el hombre es dependiente y está ligado a los demás, le gusta imaginarse un Dios solitario, autónomo, suficiente e independiente.
Pero entonces el hombre queda sujeto para siempre a la esclavitud de sus más tristes ambiciones, de sus más bajos apetitos: para convertirse en Dios, creerá que tiene que hacerse rico, fuerte, poderoso, temible, dueño, autónomo, invulnerable...
Navidad libera al hombre, salva al hombre gracias a la revelación de un Dios humilde, manso, pobre y misericordioso. El evangelio, la buena nueva que anuncia navidad, consiste en que para hacerse, para asemejarse a Dios, no tenéis que haceros ricos, fuertes, solitarios, elegantes o majestuosos. Os basta con amar un poco más, con servir un poco más, con acercaros a los pobres, con luchar un poco más por la justicia.
Podéis convertiros en Dios enseguida, en vuestra misma situación, en vuestro nivel social o cultural, sin aguardar visiones o milagros, sino haciéndoos los últimos de todos y los servidores de todos.
Por favor, no os imaginéis que en navidad se trata solamente de que Dios rico disimula su riqueza para parecer pobre, de que Dios fuerte disimula su fuerza para parecer débil. Creed en la lealtad de la encarnación. Cuando se hizo hombre, el Verbo no se refugió en unas cualidades que no tenía para aparecer más seductor. Tanto en las pajas del pesebre como en el madero de la cruz, Él es la revelación de lo más profundo y verdadero que hay en Dios. "El que me ve, ve al Padre". Toda su condición humana manifiesta una realidad divina. Cuando dice que es amor, y cuando se muestra vulnerable, no es su naturaleza humana la que se revela, sino también algo de su naturaleza divina.
La famosa trascendencia divina reside quizás en esto: Cristo ha trascendido todas esas miserables trascendencias que nosotros ambicionamos (Cardonnel); no ha querido mostrarse Dios más que a través de una trascendencia de amor.
Todo esto nos choca. Todo esto nos sorprende.
Pero navidad fue shock y sorpresa. Después de dos mil años de religión, de preparación, de fiestas, de predicaciones y de teología, Dios es tratado y considerado como un intruso, dentro de su propia iglesia.
También hoy nosotros descansamos en dos mil años de tradición, de práctica y de enseñanza religiosa; pero la única señal de que hemos encontrado al verdadero Dios, es que experimentemos ese shock de sorpresa y de extrañeza ante Él.
Dios es pobre. Pobre de todas esas cosas que ambicionamos, que buscamos, que pretendemos.
No digáis que Dios se oculta o que está ausente del mundo. Dios está extraordinariamente presente y visible. Tan presente y tan visible -o tan poco presente y tan poco visible- como lo están, en nuestra vida, los pobres.
Si queremos encontrarnos con el verdadero Dios que viene a nosotros, hemos de ir a encontrarnos con los pobres.
Y cuando vayamos a arrodillarnos ante la infinita majestad de nuestro Dios, nos encontraremos de rodillas ante la inmensidad de la miseria humana.
Los hombres son tristes, malvados y débiles. Sin embargo, basta con que un amor nazca y los reúna para que Dios se haga presente entre ellos. Esa es la navidad que hemos de hacer. Esa es la navidad verdadera en que hemos de creer. Somos responsables de que hoy se haga esa navidad en todas partes.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

septiembre 28, 2010

El futuro es la paz

Un día los jóvenes aprenderán palabras que no comprenderán.
Los niños de la India preguntarán:
"¿Qué es el hambre?".
Los niños de Alabama preguntarán:
"¿Qué es la segregación racial?".
Los niños de Hiroshima se asombrarán:
"¿Qué es la bomba atómica?".
Y los niños en la escuela preguntarán:
"¿Qué es la guerra?".

Tú les responderás, tú les dirás:
"Son palabras que no se usan, como las diligencias,
las galeras o la esclavitud;
palabras que ya nada quieren decir;
es por eso que se las ha retirado del diccionario.


Martin Luther King.

agosto 26, 2010

Dios y los cristianos

La prodigiosa revelación del evangelio es la revelación de Dios (…) Los cristianos todo lo que han hecho es yuxtaponer la vieja concepción de Dios a su revelación en Cristo: se han empeñado en meter el vino nuevo del evangelio en los odres viejos de sus hábitos cultuales y mentales. Todo cuanto manifestaba la humildad, la abnegación, el sufrimiento de Dios se lo han atribuido a la humanidad de Cristo, y le han dejado al Padre la soberanía, la omnipotencia, el culto, el autocentrismo.
Más aún, según la política del ladrillo que el patán excesivamente servicial aplasta contra la cabeza de su amo para librarle de una mosca, los cristianos han cargado sobre Dios todo lo que Éste les había mandado que hicieran por los hombres: han servido a Dios, han honrado a Dios, han enriquecido a Dios con las ofrendas de los pobres.
Jesús nos había dicho que nos amásemos los unos a los otros. Hemos encontrado esto tan bonito por su parte, que nos ha parecido mejor amarle a Él mismo. Nos ha dicho que nos volvamos a los demás para que Él pueda estar verdaderamente vivo y operante entre nosotros: nosotros le hemos entendido tan mal, que nos hemos vuelto más bien hacia Él.
Dios vino a enseñarme que no deseaba nada para Él, que Él no era más que un impulso hacia los demás, que todo lo que se hacía por los demás estaba auténticamente hecho para Él. Y nosotros hemos creído que semejante abnegación bien valía la pena que nos consagrásemos por completo sólo a Él olvidando a los demás.
Hemos organizado un culto magnífico y hemos construido un millón de iglesias en honor de Aquél que anunciaba la destrucción de los templos y la abolición de los sacrificios.
Veneramos como sumo sacerdote a Aquél que no quiso ser sacerdote.
Cubrimos de riquezas a Aquél que quiso ser pobre.
Dios nos lo ha dado todo, pero nosotros nos hemos empeñado en devolvérselo. Le hemos estado contradiciendo sistemáticamente para darle mejor gusto.
(…)
Muchos incrédulos aman al hombre-Jesús, pero -lo mismo que los cristianos- no ven en Él la revelación del único Dios verdadero, manso, paciente, sufrido, pobre y humilde de corazón.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

agosto 20, 2010

Huérfanos de Dios

La cuestión capital que atormenta y divide, consciente o inconscientemente, a los cristianos actuales, me parece la siguiente: ¿dónde encontrar a Dios? Desde su revelación en Jesucristo, ¿no ha desaparecido Dios más que nunca? ¿no se ha sumergido en la humanidad hasta el punto de no poder ser ya alcanzado más que en nuestros hermanos? ¿podemos tener con Dios alguna relación que no coincida con nuestras relaciones con los hombres? ¿hay alguna otra forma de contribuir a la llegada del reino de Dios, distinta de luchar por una sociedad más justa y más fraternal? Toda la religión que se nos ha enseñado, ¿no será más que una superestructura, una interpretación mitológica de ese gran esfuerzo de la humanidad en evolución hacia un porvenir digno de ella?
Día tras día, la ausencia y el silencio de Dios van escandalizando más a sus últimos fieles. Dios ya no tiene lugar alguno en las ciencias, orgullosas de poder prescindir de Él para explicar los fenómenos. Dios tampoco es indispensable en la moral: los ateos tienen reglas de conducta más rigurosas y generosas a veces que los cristianos. Dios ya no es el conservador del orden social y político. Dios perdería su crédito si exigiese un culto, unas ceremonias, unos homenajes, en una época en la que se ha comprendido que la verdadera grandeza está en la sencillez, y la verdadera superioridad en el servicio. Aquellas palabras extrañas de san Juan: “A Dios nunca lo ha conocido nadie” (1:18), reciben en nuestra época una terrible confirmación.
Pero entonces, ¿qué queda del cristianismo?
Precisamente, lo esencial: que Jesús anunció, preparó, vivió esa concepción de una vida plenamente humana, que fuese auténticamente una vida divina. Para él, nuestras relaciones con Dios se confunden con nuestras relaciones humanas. No hay que esperar del cielo esas intervenciones que dispensan a los hombres de asumir su responsabilidad y cumplir con su deber. No queda ya nada por adquirir de Dios como don o conocimiento; pero queda todo por hacer para saber qué es el hombre y para trabajar por llegar a serlo.
Las dos grandes frases de Cristo que inspiran a la teología contemporánea son:
1. La frase de Mateo 25:40: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Dios se identifica con los hombres, con todos los hombres. Nuestras verdaderas relaciones con Él no son cultuales, sino sociales. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos de nuestros vecinos. Somos tan agradables a Dios como lo somos a nuestros hermanos. No seremos juzgados por nuestros actos religiosos (“No son los que dicen: ¡Señor! ¡Señor!...”), sino por nuestro comportamiento familiar, profesional, político. Podremos salvarnos sin haber pensado nunca en Dios (“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento...?”), pero nos perderemos, sean cuales fueren nuestros ejercicios religiosos, si no servimos a nuestros hermanos.
2. La frase del Calvario: “Dios mío, Dios mío; ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15:34). Jesús no puede eludir su condición humana, no puede salvarse “por arriba”, como lo esperan y lo tientan los hombres “religiosos”. Es totalmente solidario con los hombres. No puede contar con Dios para salvarse solo. Queda excluido todo recurso a lo “vertical”. Solo se salvará salvándonos. Ningún recurso a Dios puede eximirnos de nuestras tareas humanas.
Evidentemente, resulta difícil creer que Dios nos haya dirigido semejante mensaje, que Dios haya suprimido la “religión” para instituir el humanismo, que Dios se haya anonadado en Jesucristo, o sea, que haya destruido la antigua imagen que de Él nos forjábamos (y que hemos conservado) para crear otra totalmente nueva: que Dios es humano, que Dios es el más humano de todos los seres, tanto que nos ha enseñado a ser hombres.
Es mucho más fácil escamotear la encarnación e insinuar que Dios ha simulado que se hacía hombre, pero siendo realmente distinto y superior a nosotros por completo. Para muchos cristianos, Jesús es un príncipe vestido de mendigo, que recobró luego su verdadera identidad después de terminada la excursión, con más derecho que antes todavía a nuestra admiración y a nuestro culto.
Pero de este modo, como dijo Garaudy, han robado a Cristo a los hombres, para convertirlo en un mito, en un cuento de hadas.
La verdad del cristianismo no es que “Dios ha visitado a la tierra”, sino que una fuerte representación válida de Dios está encerrada en lo humano. Nunca llegaremos a ser lo bastante hombres para conocer a Dios y parecernos a Él. Es inútil esforzarnos en representarnos a Dios y en agradarle: hemos de hacernos hombres en solidaridad total con todos los hombres, como Jesús.
Dios desaparece para revelarse, Dios nos ha abandonado para que nos volviésemos a nuestros hermanos y lo encontrásemos de verdad en el instante en que creíamos perderlo.
Tal es la experiencia de muchos cristianos que se comprometen con la acción política, social, internacional. Empiezan por motivos religiosos, pero cuanto más avanzan, más les arrastra el interés de sus tareas y más sienten que pierden color las motivaciones que les habían arrastrado al principio.
Habían venido “por amor de Dios”, y tienen miedo de haberle perdido al continuar allí “por amor de sus hermanos”.
Pero quizás lo único que han perdido ha sido una mala fe, una concepción superficial de la encarnación. Y es quizás cuando se han sentido solos, huérfanos de Dios, totalmente comprometidos en sus tareas, cuando más cerca han estado de Cristo. También él -el primero- vivió este alejamiento aparente del Padre en el momento en que más se entregaba a los hombres. Y entonces hizo ese acto de fe, por encima de todo lo que sentía, en la unidad final de los dos amores que llevaba en su corazón.


Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

agosto 18, 2010

Las Escrituras y nosotros

«Cuando hablas de la Realidad», dijo el Maestro, «intentas expresar con palabras lo Inexpresable, de manera que lo más seguro es que tus palabras no se entiendan. Del mismo modo, las personas que leen esa expresión de la Realidad que llamamos 'Escrituras' se vuelven estúpidas y crueles, porque no siguen la lógica de las Escrituras, sino lo que ellas piensan que dicen las Escrituras».



Y lo ilustraba con una parábola:
«El herrero del pueblo contrató a un aprendiz dispuesto a trabajar duro por poco dinero, y se puso a instruirlo:"Cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque; y cuando te haga una señal con la cabeza, golpéala con el martillo".El aprendiz hizo exactamente lo que creía que le habían dicho, y al día siguiente se había convertido en el nuevo herrero del pueblo».





Anthony de Mello, Un minuto para el absurdo.

julio 16, 2010

El porqué defender a las minorías

"Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar".


Martin Niemöller, teólogo alemán.

junio 21, 2010

Las iglesias protestantes argentinas y el proyecto de matrimonio homosexual: una propuesta de reconciliación

En las últimas semanas, las iglesias protestantes argentinas se vieron divididas por su posición frente a un proyecto de ley que busca permitir contraer matrimonio a las parejas homosexuales que así lo deseen, del mismo modo que las parejas heterosexuales pueden hacerlo.
Para quien no lo sepa, en el país existen tres organizaciones que nuclean a estas iglesias: FACIERA, FECEP y FAIE. Sólo a modo de referencia (un tanto reduccionista), en la primera se encuentran las iglesias bautistas, de hermanos libres y algunas independientes; en la segunda se ubican las pentecostales; y en la tercera las históricas, como la metodista, luterana unida, reformada, valdense, menonita, etc.
El conflicto comenzó cuando FACIERA y FECEP en conjunto emitieron un comunicado a los pastores de sus iglesias en donde declaraban: “Ha llegado el momento de decir lo que Dios piensa al respecto”, y llamaban a organizar a sus miembros en una protesta frente al Congreso de la Nación para repudiar este proyecto de ley. A estos pedidos de protesta se le sumaron otros en donde se pedía repetidamente que se vote en contra en determinadas encuestas, se mande mails y cartas a los diputados que votaron a favor del proyecto, se difunda su pensamiento por cuanto medio sea posible, etc. Por supuesto, todo fundamentado en la idea de que Dios condena la unión homosexual, y por tanto el Estado no debe permitir que se formalice.
En respuesta a estas cuestiones, FAIE emitió un comunicado propio en dónde se declaraba: “Respetando profundamente la libertad de conciencia y de expresión, aclaramos que, tanto ACIERA como así también FECEP, hablan por sus propias iglesias federadas, pero no en nombre del "pueblo" evangélico argentino ni de las Iglesias Evangélicas o Protestantes en general”. De este modo, se buscó romper con la idea de que el ser protestante era igual a estar en contra del proyecto de matrimonio homosexual. Seguido a esto, algunas de las iglesias que forman parte de la FAIE se manifestaron directamente apoyando el proyecto y, por ende, condenando las protestas.
Ahora bien, eso es sólo a nivel macro, porque en las bases la cuestión estuvo mucho más caldeada: esta lucha interna llevó a innumerables peleas entre cristianos acerca de cuál era la actitud a tomar. En el abanico de posibilidades se encontraba desde el asistir a esas marchas convocadas por FACIERA y FECEP, condenando rotundamente el tema; hasta el participar de encuentros que buscaban dar apoyo al proyecto desde diversos sectores. En el medio quedó gente que no sabía qué hacer, que se vio ante la disyuntiva de qué es lo que un “cristiano” debía hacer.
La discusión por momentos dejó de ser acerca del proyecto de ley y se convirtió en si en realidad la homosexualidad es pecado o no. Y ahí es donde lecturas literalistas de la Biblia se encontraron que otras más críticas y todo estalló.
Se llegó a argumentar inclusive que había que mantener el debate tras bambalinas, para que “el mundo” no vea una iglesia dividida; o se lo intentó acallar, creyendo que nada bueno podría salir de él. Incluso se llegó a dejar “fuera del pueblo de Dios” al que pensaba diferente.
Y, sin embargo, muchos cristianos siguieron atrapados en medio de la discusión, con declaraciones de parte de sus iglesias que no los representaban, con silencios cómplices que los confundían, con ausencia de debates que aclararan sus dudas, con posturas rígidas que los obligaban a amoldarse o quedar afuera… y allí está el quid de la cuestión.

Se habla de la unidad de las iglesias, confundiendo el término “unidad” con “homogeneidad”: ser uno sería pensar igual, actuar igual, adorar igual, ser igual en todo. De tal modo, se extrae la idea de que para ser cristiano se debe pensar de tal modo, obrar de tal modo, adorar de tal modo, ser de tal modo. A esto se lo llama ortodoxia, del griego opinión recta/correcta, o bien pensamiento único (único legítimo, por cierto).
Ahora bien, frente a este concepto se presenta el de heterodoxia (del griego diferentes opiniones), donde la clave no está en la homogeneidad, sino en la diversidad. Para ser cristino no se debe pensar de tal forma (en todo caso, sólo se debe pensar), no se debe obrar de tal forma (en todo caso, sólo se debe obrar), no se debe adorar de tal forma (en todo caso, sólo se debe adorar), no se debe ser de tal forma (en todo caso, sólo se debe ser). Y así, cualquiera de las variantes en las que se pueda pensar, obrar, adorar o ser, es válida.
Muchas veces se emite la propia opinión olvidando que la función de la levadura es leudar la masa, y no convertir a todo en levadura. Muchas veces se piensa que la función del cristiano es defender la ortodoxia, cuando únicamente está llamado a proclamar al Dios-hecho-carne.

El primer concilio de la Iglesia está narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se celebró en Jerusalén cerca del año 50 d.C. y su propósito fue definir si el ser cristiano incluía necesariamente el ser culturalmente judío. “¿Deben circuncidarse (seguir toda la Ley) los gentiles que quieran seguir el Camino?”, fue la gran pregunta. Y la (gran) respuesta fue: no. El texto relata cómo el Espíritu Santo se manifestó a fin de demostrar que para ser cristiano no es imprescindible pensar/actuar/adorar/ser de una única manera. Los gentiles pueden ser cristianos sin hacerse judíos antes. Y así ganó la heterodoxia.
Sin embargo, luego vinieron otros concilios en los que, al revés que en el primero, se fue delimitando más el ser cristiano: cómo entender la naturaleza de Cristo (Nicea, 325 d.C.); cómo entender la Trinidad (Constantinopla, 381 d.C.); qué libros componen en Nuevo Testamento (Cártago, 397 d.C.); cómo se debe entender a María (Éfeso, 431 d.C. y Calcedonia, 451 d.C.), etc. Y así comenzó a ganar la ortodoxia: para ser cristiano, necesariamente había que pasar primero por ahí. Por supuesto, con el tiempo esta misma ortodoxia comenzó a generar divisiones, pero no entendidas positivamente como diversidad, sino negativamente, como múltiples ortodoxias, todas correctas (legítimas) para sí mismas y a la vez incorrectas (ilegítimas) para las demás.

Ahora bien, para los que sólo les importa lo que la Biblia dice (ésa delimitada en Cártago en 397 d.C.), y deciden dejar de lado lo que la historia muestra ya ha sido dado el ejemplo de la heterodoxia en el libro de los Hechos. Para ver un ejemplo de ortodoxia se puede hacer una lectura crítica del libro de Esdras, en donde se relata la reconstrucción del Templo de Jerusalén luego de ser destruido por los babilonios. Allí se narra cómo “los habitantes de la tierra” (es decir, lo judíos que no fueron llevados al cautiverio mezclados con otros pueblos) quisieron participar de esa empresa pero les fue prohibido por no ser de determinada manera (un motivo racial). Así, una vez reinstaurada la religiosidad centrada en el Templo, se produjo la expulsión del pueblo de todos los extranjeros, incluidas las mujeres de otras naciones con las que los judíos se habían unido y a sus hijos. Miles de mujeres y niños expulsados de la ciudad por un motivo racial, porque ser judío implicaba ser una de determinada manera, y no de otra.

Por lo expuesto, personalmente considero que el mejor camino para resolver los conflictos es la heterodoxia, porque allí se entiende que el ser diferente no necesariamente es ser antagónico. Se suma en vez de dividir. Sólo en la diversidad se da el enriquecimiento. No nos olvidemos de que el llamar a Dios “Padre/Madre” implica llamar a mi prójimo “hermano”.

junio 03, 2010

No quedará piedra sobre piedra

“Como parte de su enseñanza, Jesús decía:
-Tengan cuidado de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y que los saluden en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes. Se apoderan de los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo.
Jesús se sentó frente al lugar donde depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
-Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Éstos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.
Cuando Jesús salía del templo, le dijo uno de sus discípulos:
-¡Mira, Maestro! ¡Qué piedras! ¡Qué edificios!
-¿Ves todos estos grandiosos edificios? –contestó Jesús-. No quedará piedra sobre piedra; todo será derribado”
(Marcos 12:38-13:2).

Resulta interesante la concatenación de relatos que Marcos realiza en su evangelio: primero, presenta a Jesús criticando la religiosidad de los maestros de la ley, que por un lado oprimen a las viudas y por el otro se esmeran en recibir honores por su buena reputación; segundo, describe cómo una viuda pone todo lo que tiene en el tesoro del templo, mientras que los demás lo hacen de lo que les sobra; finalmente, relata cómo Jesús, ante la admiración de uno de sus discípulos, anuncia la destrucción del templo/Jerusalén. A primera vista, estos relatos parecen aislados entre sí, carentes de un elemento conductor que los una, más que la presunta cronología. Ahora bien, si se presta más atención, se puede vislumbrar que en todos se muestra a Jesús condenando la religiosidad del momento: ¿por qué los maestros de la ley son honrados por su reputación mientras oprimen a las viudas y “ponen sobre los demás cargas que no están dispuestos a llevar ellos mismos” (Mateo 23:4)? ¿por qué el templo en vez de proteger a las viudas, los huérfanos, los indigentes, los jornaleros, los extranjeros (como la Torah manda), se encarga de expropiarles todo su sustento? ¿por qué se maravillan los hombres ante la religiosidad estructurada/establecida hasta el punto de no ser capaces de percibir en ella su falta de gracia y justicia (equidad)?

Tal como Jesús anunció, unos cuarenta años luego de su muerte tanto Jerusalén como el templo fueron destruidos por los romanos. Pero, ¿qué tal si Jesús no estuviera hablando estrictamente del edificio concreto, sino del sistema religioso (de opresión) que representaba? ¿Qué si habló de la destrucción del templo como un símbolo, y no como una realidad concreta? Hoy en día, la religiosidad presente en el templo de Jerusalén en el siglo primero sigue vigente en muchas iglesias en el mundo. En nombre de Dios se sigue oprimiendo, o al menos ignorando a los oprimidos. ¿Y si Jesús se refería a esa destrucción? No en términos violentos, por supuesto, sino simbólicos. ¿Si la religiosidad de la injusticia, desigualdad y opresión diera paso a una de gracia, esperanza, justicia y verdad? ¿Si cayeran el egoísmo, el afán por el dinero, el orgullo y la inmisericordia para dar lugar al amor? ¿Si el reino de Dios presente en la Iglesia dejara actuar en él y derramara hacia el mundo su gracia? Personalmente, sueño que así sea.

mayo 20, 2010

Los Censores, de Luisa Valenzuela

¡Pobre Juan! Aquel día lo agarraron con la guardia baja y no pudo darse cuenta de que lo que él creyó ser un guiño de la suerte era en cambio, un maldito llamado de la fatalidad. Esas cosas pasan en cuanto uno descuida, y así como me oyen uno se descuida tan pero tan a menudo. Juancito dejó que se le viera encima la alegría —sentimiento por demás perturbador— cuando por un conducto inconfesable le llegó la nueva dirección de Mariana, ahora en París, y pudo creer así que ella no lo había olvidado. Entonces se sentó ante la mesa sin pensarlo dos veces y escribió una carta. La carta. Esa misma que ahora le impide concentrarse en su trabajo durante el día y no lo deja dormir cuando llega la noche (¿qué habrá puesto en esa carta, qué habrá quedado adherido a esa hoja de papel que le envió a Mariana?)

Juan sabe que no va a haber problema con el texto, que el texto es irreprochable, inocuo. Pero ¿y lo otro? Sabe también que a las cartas las auscultan, las huelen, las palpan, las leen entre líneas y en sus menores signos de puntuación, hasta en las manchitas involuntarias. Sabe que las cartas pasan de mano en mano por las vastas oficinas de censura, que son sometidas a todo tipo de pruebas y pocas son por fin las que pasan los exámenes y pueden continuar camino. Es por lo general cuestión de meses, de años si la cosa se complica, largo tiempo durante el cual está en suspenso la libertad y hasta quizá la vida no sólo del remitente sino también del destinatario. Y eso es lo que lo tiene sumido a nuestro Juan en la más profunda de las desolaciones: la idea de que a Mariana, en París, llegue a sucederle algo por culpa de él. Nada menos que a Mariana que debe de sentirse tan segura, tan tranquila allí donde siempre soñó vivir. Pero él sabe que los Comandos Secretos de Censura actúan en todas partes del mundo y gozan de un importante descuento en el transporte aéreo; por lo tanto nada les impide llegarse hasta el oscuro barrio de París, secuestrar a Mariana y volver a casita convencidos de su noble misión en esta tierra.

Entonces hay que ganarles de mano, entonces hay que hacer lo que hacen todos: tratar ese sabotear el mecanismo, de ponerle en los engranajes unos granos de arena, es decir ir a las fuentes del problema para tratar de contenerlo.

Fue con ese sano propósito con que Juan, como tantos, se postuló para censor. No por vocación como unos pocos ni por carencia de trabajo como otros, no. Se postuló simplemente para tratar de interceptar su propia carta, idea para nada novedosa pero consoladora. Y lo incorporaron de inmediato porque cada día hacen falta más censores y no es cuestión de andarse con melindres pidiendo antecedentes.

En los altos mandos de la Censura no podían ignorar el motivo secreto que tendría más de uno para querer ingresar a la repartición, pero tampoco estaban en condiciones de ponerse demasiado estrictos y total ¿para qué? Sabían lo difícil que les iba a resultar a esos pobres incautos detectar la carta que buscaban y, en el supuesto caso de lograrlo, ¿qué importancia podían tener una o dos cartas que pasan la barrera frente a todas las otras que el nuevo censor frenaría en pleno vuelo? Fue así como no sin ciertas esperanzas nuestro Juan pudo ingresar en el Departamento de Censura del Ministerio de Comunicaciones.

El edificio, visto desde fuera, tenía un aire festivo a causa de los vidrios ahumados que reflejaban el cielo, aire en total discordancia con el ambiente austero que imperaba dentro. Y poco a poco Juan fue habituándose al clima de concentración que el nuevo trabajo requería, y el saber que estaba haciendo todo lo posible por su carta —es decir por Mariana— le evitaba ansiedades. Ni siquiera se preocupó cuando, el primer mes, lo destinaron a la sección K, donde con infinitas precauciones se abren los sobres para comprobar que no encierran explosivo alguno.

Cierto es que a un compañero, al tercer día, una Carta le voló la mano derecha y le desfiguró la cara, pero el jefe de sección alegó que había sido mera imprudencia por parte del damnificado y Juan y los demás empleados pudieron seguir trabajando como antes aunque bastante mis inquietos. Otro compañero intentó a la hora de salida organizar una huelga para pedir aumento de sueldo por trabajo insalubre pero Juan no se adhirió y después de pensar un rato fue a denunciarlo ante la autoridad para intentar así ganarse un ascenso.

Una vez no crea hábito, se dijo al salir del despacho del jefe, y cuando lo pasaron a la sección J donde se despliegan las cartas con infinitas precauciones para comprobar si encierran polvillos venenosos, sintió que había escalado un peldaño y que por lo tanto podía volver a su sana costumbre de no inmiscuirse en asuntos ajenos.

De la J, gracias a sus méritos, escaló rápidamente posiciones hasta la sección E donde ya el trabajo se hacía más interesante pues se iniciaba la lectura y el análisis del contenido de las cartas. En dicha sección hasta podía abrigar esperanzas de echarle mano a su propia misiva dirigida a Mariana que, a juzgar por el tiempo transcurrido, debería de andar más o menos a esta altura después de una larguísima procesión por otras dependencias.

Poco a poco empezaron a llegar días cuando su trabajo se fue tornando de tal modo absorbente que por momentos se le borraba la noble misión que lo había llevado hasta las oficinas. Días de pasarle tinta roja a largos párrafos, de echar sin piedad muchas cartas al canasto de las condenados. Días de horror ante las formas sutiles y sibilinas que encontraba la gente para transmitirse mensajes subversivos, días de una intuición tan aguzada que tras un simple "el tiempo se han vuelto inestable" o "los precios siguen por las nubes" detectaba la mano algo vacilante de aquel cuya intención secreta era derrocar al Gobierno.

Tanto celo de su parte le valió un rápido ascenso. No sabemos si lo hizo muy feliz. En la sección B la cantidad de cartas que le llegaba a diario era mínima —muy contadas franqueaban las anteriores barreras— pero en compensación había que leerlas tantas veces, pasarlas bajo la lupa, buscar micropuntos con el microscopio electrónico y afinar tanto el olfato que al volver a su casa por las noches se sentía agotado. Sólo atinaba a recalentarse una sopita, comer alguna fruta y ya se echaba a dormir con la satisfacción del deber cumplido. La que se inquietaba, eso sí, era su santa madre que trataba sin éxito de reencauzarlo por el buen camino. Le decía, aunque no fuera necesariamente cierto: Te llamó Lola, dice que está con las chicas en el bar, que te extrañan, que te esperan. Pero Juan no quería saber nada de excesos: todas las distracciones podían hacerle perder la acuidad de sus sentidos y él los necesitaba alertas, agudos, atentos, afinados, para ser perfecto censor y detectar el engaño. La suya era una verdadera labor patria. Abnegada y sublime.

Su canasto de cartas condenadas pronto pasó a ser el más nutrido pero también el más sutil de todo el Departamento de Censura. Estaba a punto ya de sentirse orgulloso de sí mismo, estaba a punto de saber que por fin había encontrado su verdadera senda, cuando llegó a sus manos su propia carta dirigida a Mariana. Como es natural, la condenó sin asco. Como también es natural, no pudo impedir que lo fusilaran al alba, una víctima más de su devoción por el trabajo.

abril 01, 2010

El advenimiento de la luz

"En el principio era el Verbo, el Verbo estaba frente a Dios y el Verbo era Dios (...) En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (...) La luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo (...) Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre (...) `Nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo´ (...) Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo:`Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti, pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera´ (...) Entonces la compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos prendieron a Jesús (...) Lo crucificaron (...) E inclinando la cabeza, entregó el espíritu (...) Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas (...) El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro, y vio quitada la piedra del sepulcro (...) Llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: `¡Paz a vosotros´" (extractos del Evangelio según Juan).

marzo 20, 2010

Dios es negra y sin papeles (*)

Por Helena Maleno Garzón. (**)
Tánger. Marruecos.

Tánger dieciséis de febrero 2010.

Imagina que diste a luz el domingo pasado en un hospital público marroquí. Un niño precioso.
Imagina que te dieron el alta al día siguiente, lunes.
Imagina que volviste a casa, cansada, sangrando del post-parto, con dolores aún en un útero que lucha por volver a su sitio.
Imagina que en casa te está esperando tu niña de dos años y dos meses y tu pareja.
Imagina que esta mañana mientras bañabas al bebé comenzaste a ver que le costaba respirar.
Imagina que corriste al hospital público marroquí.
Imagina que te dijeron que no podían atenderte.
Imagina que fuiste dos veces.
Imagina que la tercera vez tu bebé dejó de respirar casi en la puerta del hospital.
Imagina que pediste auxilio por tu bebé muerto.
Imagina que se lo llevaron a la morgue del hospital.
Imagina que a ti, a tu niña de dos años y dos meses y a tu pareja os llevaron a comisaría.

Ahora imagínate retorciéndote de dolor en las entrañas, el dolor agrio de la muerte de tu hijo, el dolor de un útero que te recuerda recién parida, el dolor de una leche que sube a tus senos duros como piedras. Pero imagínate Negra, imagínate Africana, imagínate Pobre, imagínate Sin Papeles.

Estás sentada, doblada sobre tu vientre en aquel sucio despacho de policías que van y vienen y te hablan en una lengua que no entiendes. Allí te miro e intento traducirte las preguntas que me parecen estúpidas, crueles e inhumanas.
Quieren saber qué hacéis en su reino, cómo habéis entrado y cuánto tiempo lleváis aquí. Quieren saber cómo os llamáis, cómo se llaman vuestros padres y porqué habéis venido.

Tu pareja grita y pide piedad. Sabe que todas las preguntas van dirigidas a justificar una deportación al desierto. Tu pareja grita y te tranquiliza llamándote “honey”.
Tu niña sonríe, juega con su gorro y canta “haleluya”.
La policía busca un intérprete de árabe a inglés para hacer el parte y llevaros a Tribunal.

Me dices que si te deportan al desierto y allí te violan no crees que aguantarás el dolor, que aún estás recién parida.

Un policía se me acerca y me pregunta: ¿Por qué hacéis esto? ¿Por placer? Este amable policía llama “esto” a acompañar a unos padres sumidos en el dolor, a comprar algo de comida para una niña que lleva todo el día sin probar bocado y a intentar traer un poco de humanidad o al menos de buen trato a esa puñetera comisaría.

Entonces le miro, me horroriza su frialdad, y le contesto, lo hacemos por amor. Veo en él a esos seres que comen, cagan y hacen de policía para poder seguir comiendo y cagando. Siento lástima.

Detienen a tu pareja en comisaría y me dicen que como caso humanitario te dejan dormir en casa. Mañana tienes que pasar el Tribunal junto a tu marido.
Te hundes. Es la primera vez que te veo enderezar ese vientre que te duele. Gritas y lloras hasta que un policía te manda callar.

No lo soporto, me puede la escena y le pido por favor que entienda que tu hijo ha muerto hoy, que estás recién parida, que te duelen las entrañas.
Me responde con desprecio que en este reino hay unas leyes, que aquí se hace lo que dice el procurador del rey y que tú eres una Negra Clandestina.

Mañana iremos al Tribunal, mañana un hombre de este reino decidirá si te tiran a ti y a tu niña al desierto de madrugada. A partir de ahí la suerte decidirá si serás violada, si tu hija será raptada o por qué no violada también.

Imagínate que todo eso te ha pasado hoy.
Imagínate que a todas nos duelen sus entrañas.
Imagínate que a todas nos duelen nuestras entrañas.+ (PE/Eclesiala)

(*) Así lo he recibido. Así lo reenvío. Y seguiré arrodillándome, porque hoy he visto a Dios en negro y sin papeles. Fr. Santiago Agrelo Martínez. Arzobispo de Tánger.

(**) Del colectivo Caminando Fronteras