abril 23, 2011

La esperanza no decepciona

Decidió Dios inmiscuirse en la oscuridad para traer luz. Limitarse a piel, huesos y sangre. A dolor, cansancio y lágrimas. Decidió despojarse de aquello que lo hace Dios para asemejarse a aquello que se asemeja a nuestra semejanza. Decidió hacerse humano y vivir entre nosotros.
Sin embargo, su vivir en medio nuestro no fue un vivir como nosotros. Siendo Dios pudo ser verdaderamente humano. Nos enseñó lo que un ser humano es. Señaló lo deshumanizante de nuestras economías, de nuestras políticas, de nuestros cultos. Combatió la injusticia, la opresión, el sufrimiento. Sanó lo enfermo, reconstruyó lo destruido, restituyó lo abatido. Llamó bienaventurados (bien encaminados) a los pobres, a los dolientes, a los pacificadores; y se lamentó por los ricos, por lo que infringen dolor, por los que corren por la guerra. Lloró nuestras lágrimas. Principalmente, nos mostró otro camino, otra forma de ver el mundo y de vivir en él. Nos dio una esperanza sin límites. Una esperanza contra toda esperanza, una esperanza que no decepciona.
Su lucha lo llevó directo a la muerte. Y obstinadamente continuó el camino. Ignoró las bifurcaciones que el poder le presentó. En su muerte se hizo cargo de su vivir, y de paso, de nuestra vida. Murió la muerte que su vida le exigió. Y no se negó a morirla.
Y así, en el acto más vil de nuestra historia humana, crucificamos al Señor de la Gloria. Le arrancamos su humanidad. Le dijimos que estaba equivocado. Lo acallamos. Lo sepultamos.
Unos días más tarde, oh esperanza, la piedra corrida, el sepulcro vacío. Una ausencia insostenible se tornó compañía. El silencio se hizo sonido. La luz renació en medio de la oscuridad. Lo que había sido y ya no era, volvió a ser. Y eso que fue, sigue siendo. Y no hay nada en el mundo capaz de quebrantar ese amor que supera la muerte. Ese vínculo incansable con el que decidió unirse a nosotros. Ni martillos ni clavos, ni sepulcros ni piedras, ni odios ni rechazos, detendrán la mañana que se acerca y trae al que murió. Y la esperanza no decepciona.

abril 02, 2011

La libertad y la dignidad se defienden de pie

Una bomba no trae paz, con fusiles no se salvan vidas,
¿puede la sinrazón llegar a justificar el acto violento
como medio para poner fin a otros actos violentos?
La libertad y la dignidad se defienden de pie frente al odio,
lo miran a los ojos, sin miedo, con determinación,
le dicen que ya fue demasiado, que ya no más.
Bien puede tomar la forma de marcha silenciosa,
de miles de velas iluminando la noche oscura,
de cantos de liberación, de bombos de hermandad,
de cacerolas indignadas y de lágrimas indignantes,
pero nunca, jamás, puede tomar forma de ametralladora.
No se combate la injusticia con armas de rencor,
no se le dispara con balas de locura, ni misiles de rabia,
no se la golpea con palos intolerantes, ni gases deshumanizantes.
Se la enfrenta seguro y confiado en el valor de la vida,
se la expone públicamente, opresora y cosificante,
se la desarma con los párpados bien abiertos de la justicia.
Ante la opresión no se calla, no se dice que no se dice,
ante la violencia no se cierran los ojos, “pesados como juicios”,
ante de injusticia no se hacen oídos sordos, porque sin sonido grita.
A la desigualdad no se la naturaliza, no se la legaliza,
no se la llama mercado y se mira hacia otro lado,
no se habla de propiedad privada, olvidando que la vida es sagrada.
La marginación no se margina, la pobreza no se oculta,
el llanto de dolor no se acalla, el hambre no se tapa,
el frío en los mocos de un niño con disimularlo no se pasa.
La sangre en nuestras venas clama por justicia,
el tambor en nuestro pecho clama por igualdad,
la humanidad en nuestro cuerpo clama por libertad.
Quiera Dios que responsablemente oigamos su clamor.

enero 10, 2011

¿Infierno?

diciembre 13, 2010

El rostro de Dios que nos revela navidad

Dios ha entrado en este mundo de incógnito, ilegalmente, de contrabando.
Cada uno tiene su idea de Dios, cada uno sabe quién es Dios, qué es lo que tiene que ser. Y todos estamos preparados, si se presenta, a pedirle su tarjeta de identidad, a comprobar sus títulos de propiedad. Los teólogos son especialistas de estas comprobaciones aduaneras.
Por eso Dios no ha podido pasar nuestras fronteras más que disfrazado. Nunca lo hubieran admitido los encargados oficiales, si hubiera declarado su identidad. Nunca hubieran podido aceptar que Dios se presente con tan modestas apariencias, ignorando hasta tal punto sus privilegios y atributos, sin respetar las exigencias sociales y sin observar los reglamentos, las precedencias y los ritos de la religión que se había edificado en su honor.
Para un Dios de ese estilo no habría lugar ni en la iglesia, ni en la posada.
Dios en nuestro mundo sólo puede circular en la clandestinidad. Tiene que huir de los sacerdotes, de los templos, de las ceremonias, de los sabios. Tiene miedo de que le dejen en ridículo las recepciones oficiales. Sabe que, apenas se deje arrastrar por las representaciones tradicionales, ya no le interesará a nadie.
Dios se va a las guerrillas para unirse con sus verdaderos fieles. Entre ellos se reconocen por ciertas consignas, por ciertos signos secretos, por ciertos recursos insólitos. Hay que ser sencillo y vivo para acogerle y adivinar que sólo Dios puede sorprendernos hasta ese punto.
Desde luego, los sabios ya tienen esta noción en sus categorías, cuando afirman con toda solemnidad que Dios es el "totalmente otro". Pero llamarlo así carece de sentido, ya que si Dios es totalmente otro, totalmente distinto de nosotros, ya no nos interesa, ya no nos concierne: no podemos tener ninguna relación con Él, ni Él con nosotros. Pero el Dios en quien creemos es el que hizo al hombre a su imagen y semejanza, el que se hizo hombre y el que habla desde hace siglos un lenguaje de hombre para comunicarse con nosotros.
Pero esta expresión que ellos utilizan para alejar más todavía a Dios de nosotros, es posible conservarla y servirse de ella para admirarse de cómo se ha acercado tanto Dios a nosotros: Dios es "totalmente distinto" de como nos lo imaginamos, Dios es todo lo contrario al poder, a la majestad, a la autoridad, a la riqueza, a la fuerza que le hemos atribuido, escuchando más nuestros propios deseos que su revelación. Pero Dios es "totalmente semejante" a los sencillos, a los pobres, a los que se sienten hermanos, a los misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia.
Dios se ha dado cuenta de que los hombres religiosos se engañaban tanto en lo que decían de Él, que tuvo que venir personalmente a revelarnos cómo estaba más cerca de los hombres, más cerca de la vida de lo que jamás se había creído.
Lo que hay de divino en Dios, no es que sea distinto de nosotros, sino que es mucho más humano que nosotros.
Lo que hay de divino en Jesucristo, no es que no sea un hombre como nosotros, sino que sea tan hombre, el hombre más hombre, el único verdaderamente hombre, verdaderamente libre, amante, fiel, disponible.
Para demostrar cómo nos supera, no hay que cubrirlo de dones mágicos, de ciencias infusas o de facultades sobrenaturales. Basta con decir cómo amaba, cómo respetaba y curaba a los hombres, cómo sabía perdonar.
Durante mucho tiempo hemos creído que la dignidad de Dios exigía innumerables atributos y poderes aplastantes; pero Él nos ha revelado, en navidad, que ser Dios es sencillamente ser mucho más amante y mucho más humano que nosotros.
Solamente puede salvar ese Dios pobre, ese Dios humano.
Porque el hombre, en su miseria, siente siempre la tentación de inventarse un Dios, que sea la compensación de sus insuficiencias y la realización de sus deseos. Como el hombre es pobre, se imagina un Dios rico; quiere que sea rico. Como el hombre es débil, es menester que Dios sea poderoso; como el hombre sufre, es menester que Dios sea invulnerable, impasible, insensible, inalterable. Como el hombre es dependiente y está ligado a los demás, le gusta imaginarse un Dios solitario, autónomo, suficiente e independiente.
Pero entonces el hombre queda sujeto para siempre a la esclavitud de sus más tristes ambiciones, de sus más bajos apetitos: para convertirse en Dios, creerá que tiene que hacerse rico, fuerte, poderoso, temible, dueño, autónomo, invulnerable...
Navidad libera al hombre, salva al hombre gracias a la revelación de un Dios humilde, manso, pobre y misericordioso. El evangelio, la buena nueva que anuncia navidad, consiste en que para hacerse, para asemejarse a Dios, no tenéis que haceros ricos, fuertes, solitarios, elegantes o majestuosos. Os basta con amar un poco más, con servir un poco más, con acercaros a los pobres, con luchar un poco más por la justicia.
Podéis convertiros en Dios enseguida, en vuestra misma situación, en vuestro nivel social o cultural, sin aguardar visiones o milagros, sino haciéndoos los últimos de todos y los servidores de todos.
Por favor, no os imaginéis que en navidad se trata solamente de que Dios rico disimula su riqueza para parecer pobre, de que Dios fuerte disimula su fuerza para parecer débil. Creed en la lealtad de la encarnación. Cuando se hizo hombre, el Verbo no se refugió en unas cualidades que no tenía para aparecer más seductor. Tanto en las pajas del pesebre como en el madero de la cruz, Él es la revelación de lo más profundo y verdadero que hay en Dios. "El que me ve, ve al Padre". Toda su condición humana manifiesta una realidad divina. Cuando dice que es amor, y cuando se muestra vulnerable, no es su naturaleza humana la que se revela, sino también algo de su naturaleza divina.
La famosa trascendencia divina reside quizás en esto: Cristo ha trascendido todas esas miserables trascendencias que nosotros ambicionamos (Cardonnel); no ha querido mostrarse Dios más que a través de una trascendencia de amor.
Todo esto nos choca. Todo esto nos sorprende.
Pero navidad fue shock y sorpresa. Después de dos mil años de religión, de preparación, de fiestas, de predicaciones y de teología, Dios es tratado y considerado como un intruso, dentro de su propia iglesia.
También hoy nosotros descansamos en dos mil años de tradición, de práctica y de enseñanza religiosa; pero la única señal de que hemos encontrado al verdadero Dios, es que experimentemos ese shock de sorpresa y de extrañeza ante Él.
Dios es pobre. Pobre de todas esas cosas que ambicionamos, que buscamos, que pretendemos.
No digáis que Dios se oculta o que está ausente del mundo. Dios está extraordinariamente presente y visible. Tan presente y tan visible -o tan poco presente y tan poco visible- como lo están, en nuestra vida, los pobres.
Si queremos encontrarnos con el verdadero Dios que viene a nosotros, hemos de ir a encontrarnos con los pobres.
Y cuando vayamos a arrodillarnos ante la infinita majestad de nuestro Dios, nos encontraremos de rodillas ante la inmensidad de la miseria humana.
Los hombres son tristes, malvados y débiles. Sin embargo, basta con que un amor nazca y los reúna para que Dios se haga presente entre ellos. Esa es la navidad que hemos de hacer. Esa es la navidad verdadera en que hemos de creer. Somos responsables de que hoy se haga esa navidad en todas partes.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

septiembre 28, 2010

El futuro es la paz

Un día los jóvenes aprenderán palabras que no comprenderán.
Los niños de la India preguntarán:
"¿Qué es el hambre?".
Los niños de Alabama preguntarán:
"¿Qué es la segregación racial?".
Los niños de Hiroshima se asombrarán:
"¿Qué es la bomba atómica?".
Y los niños en la escuela preguntarán:
"¿Qué es la guerra?".

Tú les responderás, tú les dirás:
"Son palabras que no se usan, como las diligencias,
las galeras o la esclavitud;
palabras que ya nada quieren decir;
es por eso que se las ha retirado del diccionario.


Martin Luther King.

agosto 26, 2010

Dios y los cristianos

La prodigiosa revelación del evangelio es la revelación de Dios (…) Los cristianos todo lo que han hecho es yuxtaponer la vieja concepción de Dios a su revelación en Cristo: se han empeñado en meter el vino nuevo del evangelio en los odres viejos de sus hábitos cultuales y mentales. Todo cuanto manifestaba la humildad, la abnegación, el sufrimiento de Dios se lo han atribuido a la humanidad de Cristo, y le han dejado al Padre la soberanía, la omnipotencia, el culto, el autocentrismo.
Más aún, según la política del ladrillo que el patán excesivamente servicial aplasta contra la cabeza de su amo para librarle de una mosca, los cristianos han cargado sobre Dios todo lo que Éste les había mandado que hicieran por los hombres: han servido a Dios, han honrado a Dios, han enriquecido a Dios con las ofrendas de los pobres.
Jesús nos había dicho que nos amásemos los unos a los otros. Hemos encontrado esto tan bonito por su parte, que nos ha parecido mejor amarle a Él mismo. Nos ha dicho que nos volvamos a los demás para que Él pueda estar verdaderamente vivo y operante entre nosotros: nosotros le hemos entendido tan mal, que nos hemos vuelto más bien hacia Él.
Dios vino a enseñarme que no deseaba nada para Él, que Él no era más que un impulso hacia los demás, que todo lo que se hacía por los demás estaba auténticamente hecho para Él. Y nosotros hemos creído que semejante abnegación bien valía la pena que nos consagrásemos por completo sólo a Él olvidando a los demás.
Hemos organizado un culto magnífico y hemos construido un millón de iglesias en honor de Aquél que anunciaba la destrucción de los templos y la abolición de los sacrificios.
Veneramos como sumo sacerdote a Aquél que no quiso ser sacerdote.
Cubrimos de riquezas a Aquél que quiso ser pobre.
Dios nos lo ha dado todo, pero nosotros nos hemos empeñado en devolvérselo. Le hemos estado contradiciendo sistemáticamente para darle mejor gusto.
(…)
Muchos incrédulos aman al hombre-Jesús, pero -lo mismo que los cristianos- no ven en Él la revelación del único Dios verdadero, manso, paciente, sufrido, pobre y humilde de corazón.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

agosto 20, 2010

Huérfanos de Dios

La cuestión capital que atormenta y divide, consciente o inconscientemente, a los cristianos actuales, me parece la siguiente: ¿dónde encontrar a Dios? Desde su revelación en Jesucristo, ¿no ha desaparecido Dios más que nunca? ¿no se ha sumergido en la humanidad hasta el punto de no poder ser ya alcanzado más que en nuestros hermanos? ¿podemos tener con Dios alguna relación que no coincida con nuestras relaciones con los hombres? ¿hay alguna otra forma de contribuir a la llegada del reino de Dios, distinta de luchar por una sociedad más justa y más fraternal? Toda la religión que se nos ha enseñado, ¿no será más que una superestructura, una interpretación mitológica de ese gran esfuerzo de la humanidad en evolución hacia un porvenir digno de ella?
Día tras día, la ausencia y el silencio de Dios van escandalizando más a sus últimos fieles. Dios ya no tiene lugar alguno en las ciencias, orgullosas de poder prescindir de Él para explicar los fenómenos. Dios tampoco es indispensable en la moral: los ateos tienen reglas de conducta más rigurosas y generosas a veces que los cristianos. Dios ya no es el conservador del orden social y político. Dios perdería su crédito si exigiese un culto, unas ceremonias, unos homenajes, en una época en la que se ha comprendido que la verdadera grandeza está en la sencillez, y la verdadera superioridad en el servicio. Aquellas palabras extrañas de san Juan: “A Dios nunca lo ha conocido nadie” (1:18), reciben en nuestra época una terrible confirmación.
Pero entonces, ¿qué queda del cristianismo?
Precisamente, lo esencial: que Jesús anunció, preparó, vivió esa concepción de una vida plenamente humana, que fuese auténticamente una vida divina. Para él, nuestras relaciones con Dios se confunden con nuestras relaciones humanas. No hay que esperar del cielo esas intervenciones que dispensan a los hombres de asumir su responsabilidad y cumplir con su deber. No queda ya nada por adquirir de Dios como don o conocimiento; pero queda todo por hacer para saber qué es el hombre y para trabajar por llegar a serlo.
Las dos grandes frases de Cristo que inspiran a la teología contemporánea son:
1. La frase de Mateo 25:40: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Dios se identifica con los hombres, con todos los hombres. Nuestras verdaderas relaciones con Él no son cultuales, sino sociales. Estamos tan cerca de Dios como lo estamos de nuestros vecinos. Somos tan agradables a Dios como lo somos a nuestros hermanos. No seremos juzgados por nuestros actos religiosos (“No son los que dicen: ¡Señor! ¡Señor!...”), sino por nuestro comportamiento familiar, profesional, político. Podremos salvarnos sin haber pensado nunca en Dios (“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento...?”), pero nos perderemos, sean cuales fueren nuestros ejercicios religiosos, si no servimos a nuestros hermanos.
2. La frase del Calvario: “Dios mío, Dios mío; ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15:34). Jesús no puede eludir su condición humana, no puede salvarse “por arriba”, como lo esperan y lo tientan los hombres “religiosos”. Es totalmente solidario con los hombres. No puede contar con Dios para salvarse solo. Queda excluido todo recurso a lo “vertical”. Solo se salvará salvándonos. Ningún recurso a Dios puede eximirnos de nuestras tareas humanas.
Evidentemente, resulta difícil creer que Dios nos haya dirigido semejante mensaje, que Dios haya suprimido la “religión” para instituir el humanismo, que Dios se haya anonadado en Jesucristo, o sea, que haya destruido la antigua imagen que de Él nos forjábamos (y que hemos conservado) para crear otra totalmente nueva: que Dios es humano, que Dios es el más humano de todos los seres, tanto que nos ha enseñado a ser hombres.
Es mucho más fácil escamotear la encarnación e insinuar que Dios ha simulado que se hacía hombre, pero siendo realmente distinto y superior a nosotros por completo. Para muchos cristianos, Jesús es un príncipe vestido de mendigo, que recobró luego su verdadera identidad después de terminada la excursión, con más derecho que antes todavía a nuestra admiración y a nuestro culto.
Pero de este modo, como dijo Garaudy, han robado a Cristo a los hombres, para convertirlo en un mito, en un cuento de hadas.
La verdad del cristianismo no es que “Dios ha visitado a la tierra”, sino que una fuerte representación válida de Dios está encerrada en lo humano. Nunca llegaremos a ser lo bastante hombres para conocer a Dios y parecernos a Él. Es inútil esforzarnos en representarnos a Dios y en agradarle: hemos de hacernos hombres en solidaridad total con todos los hombres, como Jesús.
Dios desaparece para revelarse, Dios nos ha abandonado para que nos volviésemos a nuestros hermanos y lo encontrásemos de verdad en el instante en que creíamos perderlo.
Tal es la experiencia de muchos cristianos que se comprometen con la acción política, social, internacional. Empiezan por motivos religiosos, pero cuanto más avanzan, más les arrastra el interés de sus tareas y más sienten que pierden color las motivaciones que les habían arrastrado al principio.
Habían venido “por amor de Dios”, y tienen miedo de haberle perdido al continuar allí “por amor de sus hermanos”.
Pero quizás lo único que han perdido ha sido una mala fe, una concepción superficial de la encarnación. Y es quizás cuando se han sentido solos, huérfanos de Dios, totalmente comprometidos en sus tareas, cuando más cerca han estado de Cristo. También él -el primero- vivió este alejamiento aparente del Padre en el momento en que más se entregaba a los hombres. Y entonces hizo ese acto de fe, por encima de todo lo que sentía, en la unidad final de los dos amores que llevaba en su corazón.


Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.