Una luz incomparable, que no proviene de mí, brilla dentro mío. Irradia. Fluye a través de mí. Se expande hacia el infinito. Disipa las tinieblas. ¿Qué sentido tendría intentar detenerla, sofocarla? Como dijo Hermógenes: “A los dogmáticos siempre es bueno recordarles: la luz no se enjaula”.