septiembre 12, 2008

El excesivo amor de Dios

Dios cometió la locura de amarnos porque sí. Es decir, de amar a todos porque sí. Me refiero al nosotros más inclusive posible, ése de la humanidad. Porque me amó tanto a mí como a aquellos a quienes yo no puedo (o quizás no quiero) amar. Amó por igual a hombres y mujeres, blancos y negros, esclavos y libres, ricos y pobres, judíos y nazis. En un mundo plenamente maniqueísta, donde sólo está permitido amar al bueno, vino Jesús a trastocar todo al desenmascarar la verdad y amar sin distinción: “En realidad, todos son malos -dijo-, todos se olvidaron de cómo ser buenos, sólo que a unos se les nota más o menos que a otros. No los amo por su bondad o su maldad. Los amo simplemente por ser”.
Me pregunto, ¿podremos realmente aceptar que nos ame a todos por igual? ¿Qué nos ame tanto a ti y a mí como a un torturador, un abusador de menores o un genocida? ¿Seremos acaso capaces de perdonarle tanto amor?



¿Podremos "aceptar un corazón [el del Padre] cuya medida consiste en ser sin medida. Cuya razón cosiste en ser sin razón"? (Alessandro Pronzato, Evangelios molestos).

No hay comentarios: