junio 03, 2010

No quedará piedra sobre piedra

“Como parte de su enseñanza, Jesús decía:
-Tengan cuidado de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y que los saluden en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes. Se apoderan de los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo.
Jesús se sentó frente al lugar donde depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
-Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Éstos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento.
Cuando Jesús salía del templo, le dijo uno de sus discípulos:
-¡Mira, Maestro! ¡Qué piedras! ¡Qué edificios!
-¿Ves todos estos grandiosos edificios? –contestó Jesús-. No quedará piedra sobre piedra; todo será derribado”
(Marcos 12:38-13:2).

Resulta interesante la concatenación de relatos que Marcos realiza en su evangelio: primero, presenta a Jesús criticando la religiosidad de los maestros de la ley, que por un lado oprimen a las viudas y por el otro se esmeran en recibir honores por su buena reputación; segundo, describe cómo una viuda pone todo lo que tiene en el tesoro del templo, mientras que los demás lo hacen de lo que les sobra; finalmente, relata cómo Jesús, ante la admiración de uno de sus discípulos, anuncia la destrucción del templo/Jerusalén. A primera vista, estos relatos parecen aislados entre sí, carentes de un elemento conductor que los una, más que la presunta cronología. Ahora bien, si se presta más atención, se puede vislumbrar que en todos se muestra a Jesús condenando la religiosidad del momento: ¿por qué los maestros de la ley son honrados por su reputación mientras oprimen a las viudas y “ponen sobre los demás cargas que no están dispuestos a llevar ellos mismos” (Mateo 23:4)? ¿por qué el templo en vez de proteger a las viudas, los huérfanos, los indigentes, los jornaleros, los extranjeros (como la Torah manda), se encarga de expropiarles todo su sustento? ¿por qué se maravillan los hombres ante la religiosidad estructurada/establecida hasta el punto de no ser capaces de percibir en ella su falta de gracia y justicia (equidad)?

Tal como Jesús anunció, unos cuarenta años luego de su muerte tanto Jerusalén como el templo fueron destruidos por los romanos. Pero, ¿qué tal si Jesús no estuviera hablando estrictamente del edificio concreto, sino del sistema religioso (de opresión) que representaba? ¿Qué si habló de la destrucción del templo como un símbolo, y no como una realidad concreta? Hoy en día, la religiosidad presente en el templo de Jerusalén en el siglo primero sigue vigente en muchas iglesias en el mundo. En nombre de Dios se sigue oprimiendo, o al menos ignorando a los oprimidos. ¿Y si Jesús se refería a esa destrucción? No en términos violentos, por supuesto, sino simbólicos. ¿Si la religiosidad de la injusticia, desigualdad y opresión diera paso a una de gracia, esperanza, justicia y verdad? ¿Si cayeran el egoísmo, el afán por el dinero, el orgullo y la inmisericordia para dar lugar al amor? ¿Si el reino de Dios presente en la Iglesia dejara actuar en él y derramara hacia el mundo su gracia? Personalmente, sueño que así sea.

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