agosto 26, 2010

Dios y los cristianos

La prodigiosa revelación del evangelio es la revelación de Dios (…) Los cristianos todo lo que han hecho es yuxtaponer la vieja concepción de Dios a su revelación en Cristo: se han empeñado en meter el vino nuevo del evangelio en los odres viejos de sus hábitos cultuales y mentales. Todo cuanto manifestaba la humildad, la abnegación, el sufrimiento de Dios se lo han atribuido a la humanidad de Cristo, y le han dejado al Padre la soberanía, la omnipotencia, el culto, el autocentrismo.
Más aún, según la política del ladrillo que el patán excesivamente servicial aplasta contra la cabeza de su amo para librarle de una mosca, los cristianos han cargado sobre Dios todo lo que Éste les había mandado que hicieran por los hombres: han servido a Dios, han honrado a Dios, han enriquecido a Dios con las ofrendas de los pobres.
Jesús nos había dicho que nos amásemos los unos a los otros. Hemos encontrado esto tan bonito por su parte, que nos ha parecido mejor amarle a Él mismo. Nos ha dicho que nos volvamos a los demás para que Él pueda estar verdaderamente vivo y operante entre nosotros: nosotros le hemos entendido tan mal, que nos hemos vuelto más bien hacia Él.
Dios vino a enseñarme que no deseaba nada para Él, que Él no era más que un impulso hacia los demás, que todo lo que se hacía por los demás estaba auténticamente hecho para Él. Y nosotros hemos creído que semejante abnegación bien valía la pena que nos consagrásemos por completo sólo a Él olvidando a los demás.
Hemos organizado un culto magnífico y hemos construido un millón de iglesias en honor de Aquél que anunciaba la destrucción de los templos y la abolición de los sacrificios.
Veneramos como sumo sacerdote a Aquél que no quiso ser sacerdote.
Cubrimos de riquezas a Aquél que quiso ser pobre.
Dios nos lo ha dado todo, pero nosotros nos hemos empeñado en devolvérselo. Le hemos estado contradiciendo sistemáticamente para darle mejor gusto.
(…)
Muchos incrédulos aman al hombre-Jesús, pero -lo mismo que los cristianos- no ven en Él la revelación del único Dios verdadero, manso, paciente, sufrido, pobre y humilde de corazón.

Evely, Louis. La cosa empezó en Galilea (Ciclo B). Sígueme. Salamanca, 1977.

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